...En la tierra de los Hogol, hace ya mucho, existía una pequeña aldea junto al mar. Su nombre poco importa, pues lo importante de ella es que allí vivió el pescador de la flor azul. Ya nadie recuerda su nombre verdadero, pues todos le llamaban "el pescador de la flor azul".
El
pescador era un enamorado de las flores y en el jardín de su casa tenía
las flores más bonitas de la comarca. Dicen las gentes que en ese
jardín crecía una flor delicada y bella como ninguna otra, de un azul
tan intenso que si la levantabas al cielo una mañana clara y soleada, se
confundía con el azul del cielo y desaparecía de tu vista.
Este
hogol pescador tenía una pequeña barca con la que salía todas las
mañanas a pescar lo justo para poder sustentarse. Era una persona
sencilla que se sentía feliz con lo poco que tenía y con su jardín de
flores.
Cierto
día, mientras estaba pescando en su barca pudo distinguir, no muy lejos
de donde él se encontraba, algo que flotaba en el agua. Al fijarse
mejor se dio cuenta que, fuera lo que fuera, estaba dando chapoteos y
que se movía. Se acercó lentamente hasta el lugar y vio que se trataba
de un pequeño delfín.
El
pobre delfín estaba enredado en una vieja red que seguramente algún
pescador había perdido. Luchaba por liberarse, pero sólo lograba
enroscarse aun más en la tela que le aprisionaba. El pescador se lanzó
al agua, se acercó al delfín, y como pudo le sacó de la red que le
ataba. Y mientras lo hacía vio que el pobre delfín estaba magullado y
que tenía un corte bastante grande en su aleta dorsal. Tenía también
otras heridas, pero de menor importancia. Finalmente consiguió sacarlo y
liberarlo de la red que le aprisionaba. Al sentirse libre de nuevo, el
delfín nadó alrededor del pescador unas pocas veces y luego, sacando su
cabeza del agua y mirando al pescador, lanzó un grito agudo que el
pescador interpretó como un saludo.
Luego,
el pescador volvió a subir a la barca y siguió con su trabajo,
advirtiendo que mientras lo hacía el delfín trataba de seguirle
trabajosamente, pues se encontraba muy débil. El pescador pensó que no
tendría fuerzas suficientes para buscar comida y mirando de reojo el
cubo de pescados que había recogido aquel día decidió tirárselos al
pequeño delfín. Primero le lanzó un pescado y el delfín se acercó
costosamente y comió el pez que le había lanzado. Luego el pescador
lanzó otro pescado y el delfín hizo lo mismo que antes. Así fue que el
pescador terminó por darle todos los pescados que aquel día había
recogido y después de hacerlo regresó finalmente a su casa, saludando
con la mano al delfín que ya había dejado de seguirle.
A partir de ese día el pescador se encontraba a menudo con el pequeño delfín.
Vio
que lentamente el delfín se recuperaba y notaba que el vigor y la
fuerza volvían a él. El delfín siempre le recibía con saltos y gritos.
Al verle, el pescador sentía que una amistad había nacido entre ellos.
Y
así pasó el tiempo y el pescador siguió haciendo su trabajo en el mar,
en compañía de su amigo el delfín, mientras que en tierra seguía
cuidando sus amigas las flores.
Una
mañana el pescador salió como siempre de su casa y alzando la vista al
cielo vio unas grandes nubes amenazantes. Las miró detenidamente
intentando averiguar si eran mensajeras de tormenta o de calma. Miró la
dirección que llevaban y vio que en realidad se alejaban del lugar. “La
tormenta se aleja”, pensó. Así que como siempre montó en su barca e
izando la pequeña vela salió a la mar. El mar estaba movido, pero en
realidad no había en él nada fuera de lo corriente. Sin embargo se
sintió extrañado de no ver a su amigo el delfín, y aunque lo iba
buscando con la mirada, no conseguía verlo en medio del agua teñida de
gris por la tenue luz que se filtraba de las nubes. El pescador,
distraído buscando a su amigo el delfín, no advirtió que el viento
cambiaba de dirección, haciendo que la tormenta volviera sobre sus
pasos, echándose lentamente sobre la barca del pescador que cada vez se
agitaba más fuerte a causa de la bravura del mar.
Cuando
el pescador advirtió lo que pasaba, ya era tarde. El mar se encrespó y
el viento rugió. La luz del día se escondió tras las negras nubes, al
tiempo que las tinieblas le envolvían. El pescador trató de dirigir su
barca de vuelta a la aldea, pero el viento y el mar le empujaban mar
adentro. La pequeña barca se zarandeaba como un juguete en las manos de
un niño y el pobre pescador, aferrado al timón, trataba en vano de
dirigir la nave. Pero ahora la barca se movía al son del mar, que
parecía que hubiera lanzado todas sus iras contra él y su barca. Olas
enormes alzaban la barca y luego la lanzaban con violencia contra el
mar. El viento más y más fuerte rasgó la vela y rompió el mástil, y
finalmente una enorme ola arrojó la barca hacia el cielo, estrellándose
luego contra una pared de agua que se había levantado frente a él. La
barca se hizo pedazos y el pescador cayó al agua tratando de mantenerse a
flote. Pero el mar quería llevárselo con él y le empujaba hacia el
fondo y le lanzaba olas enormes tratando de engullirlo, mientras el
pescador resistía con todas sus fuerzas en esa lucha tan desigual por
conservar su vida. Sentía cómo, lentamente, sus fuerzas le abandonaban
debido al tremendo esfuerzo que estaba haciendo. Mientras, las olas
seguían su ataque despiadado contra él, que cada vez estaba más rendido y
agotado hasta casi la extenuación.
En
ese momento sintió algo que flotaba junto a él, e instintivamente se
aferró con las pocas fuerzas que le quedaban, pensando trabajosamente
que un pedazo de su barca había llegado hasta él. No era un pedazo muy
grande, pero suficiente para mantenerle a flote. Trató de agarrarse
mejor y en ese momento notó una muesca curiosa. Volvió a palpar y supo
entonces que aquella marca era la cicatriz de su amigo, el delfín, en su
aleta. Abrió los ojos y vio que era a su amigo a quien se aferraba con
todas sus fuerzas.
El
pequeño delfín luchaba con ahínco para mantenerle a flote y el pescador
se aferraba a él sabiendo que era su única salvación. Lentamente
pareció que el mar se dio por vencido y dejó de lanzar sus muros de agua
sobre ellos. Cuando la tormenta perdió su virulencia, el pescador
advirtió que el delfín empezaba a nadar costosamente, pues llevaba a
rastras al hogol. Pero avanzaba con tesón, poco a poco, hasta llegar a
una isla. El pequeño delfín llevó al pescador hasta casi la orilla de la
playa y el pescador, arrastrándose, consiguió finalmente salir fuera
del agua, perdiendo el conocimiento al llegar a la playa.
Al
día siguiente la luz del sol despertó al pescador y al levantarse
descubrió que no había sido un sueño. Miró hacia el mar y vio no muy
lejos la silueta conocida de su amigo el delfín, que se acercó hasta él
tanto como pudo y le saludó con su grito. El hogol le saludó también y
vio que el delfín llevaba unos peces en la boca. Se acercó a él y el
delfín abrió la boca para que los cogiera. Luego volvió a la playa,
buscó unas ramas y como pudo hizo fuego y se comió los pescados. Después
de haberse alimentado se internó en la isla y descubrió que había un
pequeño arroyo de agua dulce. El pescador bebió con ansiedad, saciando
su sed. Ahora que se encontraba mejor meditó acerca de su situación.
Recordaba que el mar le alejó mucho de su casa y supuso que estaría muy
lejos de ella. No conocía aquella isla ni sabía que hubiera alguna isla
cerca de su aldea. Pensó que sería muy difícil salir de la isla a no ser
que lo vinieran a buscar, pero... ¿Quién podía pensar que estaría allí?
Se sintió triste al pensar que quizás tuviera que pasar el resto de su
vida allí, sólo.
Pasaron
los días y paulatinamente el pescador se dio cuenta que sus temores
eran fundados, pues ningún barco apareció en el horizonte para venir a
buscarle. Así empezó una nueva vida en la isla, con la única compañía
del delfín que siempre venía a verle.
Un
día el pescador advirtió una bolsita que llevaba colgada de su
cinturón. Era una bolsita de semillas: hortalizas y otras plantas de su
huerta. Al verlas se alegró pues pensó que podría plantarlas y tener
algo más para comer. Así que buscó en la isla un buen terreno para hacer
una huerta donde sembrar sus plantas. Cuando no estaba cuidando la
huerta, al pescador le gustaba ir hasta la orilla para estar con su
amigo el delfín. La soledad que sentía el pescador hizo que lentamente
empezase a hablarle al delfín. Primero sólo frases, luego ya le hablaba
como si fuera una persona. Y el delfín, a veces, se quedaba quieto con
la cabeza fuera del agua, como escuchando lo que su amigo el hogol le
contaba. Le hablaba de lo que hacía en la tierra de los Hogol y de la
gente que allí vivía. A veces le hablaba de su jardín y de sus flores,
pero eso no lo nombraba muy a menudo pues sentía mucha tristeza al
recordar sus flores y pensar que ahora nadie las cuidaría como él lo
hacía.
Los
días fueron pasando y las semillas que había sembrado germinaron y
lentamente fueron creciendo. Un día, mientras el pescador miraba las
plantas de su huerta, advirtió una que era diferente de las demás y al
observarla detenidamente vio que en realidad era la planta de una flor
azul. Su corazón dio un grito de alegría al ver que tendría una flor
azul en su pequeña huerta. Salió corriendo hacia la playa para contarle
la noticia a su amigo. Iba gritando: “¡Una flor azul, una flor azul!”.
El delfín le miraba con curiosidad - ¡Una flor azul, tendré una flor
azul!
Desde
ese día, cada mañana el pescador iba corriendo hasta la huerta para ver
si la planta había dado una flor, y al no verla aún, volvía a la playa y
le contaba a su amigo lo bellas que eras sus flores azules y lo mucho
que él las quería. El delfín, por su parte, siempre con la cabeza fuera
del agua y su simpática expresión de bondad y alegría, parecía
escucharle atentamente, lanzando algún grito de vez en cuando. El
pescador le contaba y le contaba acerca de sus flores azules que sólo en
su jardín crecían y que eran famosas en toda la comarca.
Así
fue pasando el tiempo hasta que un día el pescador fue hasta el huerto y
allí finalmente encontró una bella flor azul que había brotado esa
misma mañana y que tenia el mismo azul que el cielo del alba. Al ver la
flor azul, el pescador se sintió tan feliz y contento como antaño, ahí
en su aldea. Y eran tan grandes sus ansias de compartir su felicidad que
arrancó delicadamente la flor y corrió hacia la playa donde el delfín
le esperaba como siempre.
El delfín vio a lo lejos cómo el pescador se acercaba corriendo mientras le gritaba:
- ¡Una flor azul! ¡Mírala: es preciosa!
El pescador corrió y corrió hasta llegar cerca del delfín, entonces se detuvo y le dijo:
- Mira amigo mío, ¿No es la flor más bella del mundo?
Cuando
el delfín la vio pareció como que enloquecía, pues empezó a saltar y a
hacer piruetas en el cielo, nadando y saltando. “Parece que a él también
le gustan mis flores”, pensó feliz el pescador.
Luego,
el delfín se acercó al pescador y empezó a lanzarle gritos agudos, como
pidiendo algo. El pescador no entendía, pues nunca antes se había
comportado así. El delfín lanzaba grititos, abriendo la boca, y el
pescador lo miraba desconcertado con la flor en la mano. Luego de un
rato, le acercó la flor y se dio cuenta que el delfín le pedía la flor.
Abría la boca y movía la cabeza como pidiendo que le diera la flor, así
que finalmente el pescador la puso delicadamente en su boca sin acabar
de comprender su comportamiento. El delfín cerró su boca y bruscamente
se zambulló desapareciendo. El pescador, que no entendía nada, vio que
el delfín salía a la superficie de nuevo, pero ya lejos de él. Se
alejaba más y más, y al darse cuenta de ello empezó a gritarle:
- ¡¡¡Oye, vuelve!!! ¡¡¡Mi flor, mi flor, dame mi flor!!!
Pero
el delfín no se detuvo y siguió nadando, mientras el pobre pescador
desesperado le gritaba que volviera hasta que le perdió de vista y se
derrumbó sobre la arena en la playa llorando sólo, sin flor y sin
amigo...
El
pequeño delfín nadaba ya lejos de la isla, cuando vio en el horizonte
una mancha blanca. Nadó hacia ella rápidamente y al acercarse, la mancha
se convirtió paulatinamente en una vela, y bajo ella un barco, y en la
cubierta unos pescadores faenando. El delfín se acercó al barco y empezó
a hacer cabriolas y piruetas para llamar la atención. Cuando los
pescadores le advirtieron, dejaron de trabajar por un momento y lo
observaron atentamente. Entonces, cuando el delfín vio que ellos le
miraban, se acercó aún más y sacando su cabeza del agua abrió su boca.
Los pescadores vieron que en ella había una bella flor azul.
- ¡Mirad! Es una flor azul, como la del pescador...
- No puede ser... hace mucho que desapareció... ¿De dónde saldría esta flor?
Entonces
el delfín dio media vuelta de espaldas al barco. Les gritó y golpeó el
agua con su cola, salpicando a los pescadores, haciendo como que se
marchaba y golpeando con la cola de nuevo...
- Parece que quiere que le sigamos...
- No digas tonterías, es un delfín, no un perro...
Cuando
el delfín se alejó un poco del barco, volvió atrás e hizo otra vez lo
mismo. Les mostraba la flor y luego golpeaba su cola contra el agua.
Finalmente los pescadores decidieron virar el barco hacia donde el
delfín se encontraba. Entonces el delfín empezó a nadar dejándoles
atrás, deteniéndose luego como esperándoles y sacudiendo su cola. Los
pescadores finalmente decidieron seguirle y entonces el delfín empezó a
nadar decididamente hacia algún lugar que solo él conocía. Los
pescadores no salían de su asombro pues nunca habían visto nada igual.
Al cabo de mucho rato vieron que una pequeña isla se dibujaba en el horizonte.
- ¡Mirad! -exclamaron-, de ahí debe proceder la flor. Pero... ¿Cómo ha llegado la flor hasta la isla?
Y
allí en la isla estaba el pescador, aún en la playa solo y triste.
Cuando advirtió la vela del barco que se acercaba directamente a donde
él se encontraba, alzó los brazos, agitándolos locamente y gritando:
- ¡¡¡Eh!!! ¡¡¡Aquí!!!
Los pescadores le vieron a lo lejos...
- ¡¡¡Hay alguien!!! No lo veo bien...
- ...¡¡¡Parece el pescador de la flor azul!!!
Finalmente llegaron a la playa y el pescador, alegre y feliz les preguntó:
- ¿Cómo me habéis encontrado?
- ¡El delfín nos trajo hasta aquí!
- ¿El delfín?
-
Sí, traía una de tus flores en la boca e hizo que le siguiéramos hasta
aquí. ¡Te ha salvado la vida! ¿Cómo se te ocurrió darle la flor para que
viniera a buscarnos?
- No fue idea mía... ¡Él lo hizo!
- Pero... ¿Por qué le diste la flor?
-
Yo estaba tan feliz al encontrar la flor en el huerto, que sentí deseos
de compartirla con alguien. Por eso la corté y fui corriendo a su
encuentro para enseñársela.
Al oír eso, los pescadores le sonrieron y le contestaron:
- Entonces bien cierto es que ha sido tu deseo de compartir tu alegría lo que te ha salvado la vida.
El pescador les sonrió y les dijo:
- La felicidad de uno nunca es completa si no la compartes con los que te rodean.
Luego se quedó mirando al delfín con lágrimas en los ojos...
-
Una vez me salvó la vida y ahora me devuelve a mi mundo. Creo que nunca
podré pagárselo, pues yo le salvé la vida una vez pero él lo ha hecho
dos veces.
-
Es increíble todo esto que nos cuentas. Tienes un gran corazón,
pescador, y tu amigo el delfín lo tiene tan grande como el tuyo también.
- Creo que los delfines son seres tan nobles como nosotros mismos... deben ser los Hogol del mar.
Y todos sonrieron cuando oyeron esas palabras...
Así
que, amigos, si alguna vez os acercáis a una pequeña aldea de
pescadores y os hablan de los Hogol del mar, sabed que es de los
delfines de quienes hablan, pues aunque no son Hogol, también tienen un
noble corazón y una bondad generosa. Y recordad también que por extraño
que parezca, compartir vuestra alegría quizás algún día os salve la
vida...
FIN
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