Este no era un personaje en sí, sino el nombre de un tiempo de celebración del solsticio y una de las figuras que participaban en ese tiempo, probablemente una figura vegetal en forma de tronco de árbol y asociada al ritual del fuego, tomó el nombre de olentzero. Podemos decir pues, que el olentzero en realidad, no es más que el recuerdo del pasado en el que se realizaban rituales de celebración del solsticio de invierno,y que la iglesia católica renombró posteriormente como fiesta de la Natividad, llegando hasta nuestros días tal y como lo conocemos.
Durante muchos siglos, la forma de realizar fiestas en ambientes rurales y pobres por añadidura era la de ir de casa en casa con danzas y cantos y pidiendo comida para que los jóvenes del pueblo pudiesen hacer una merienda; iban, a veces con un muñeco, o incluso a veces con uno de ellos disfrazado de carbonero glotón y bebedor.
En el siglo XX la figura de olentzaro incorporó elementos de las tradiciones de Papá Noel, Santa Claus y de los Reyes Magos, convirtiéndose en un personaje que el día de Navidad trae regalos a los niños. Sin embargo, una característica que lo diferencia de estos personajes típicos de la Navidad, es que estos últimos son personajes imaginarios, mientras que el olentzero podría perfectamente haber existido.
El tradicional tronco de Navidad que recibe diferentes nombres, Toza, Tronca, Tizón, Caga Tió, según los lugares de la cordillera pirenaica donde se celebra, toma el nombre de Olentzero en algunas localidades del Pirineo navarro, en tanto que otros identifican este nombre con el ciclo de Navidad.
La figura obesa que actualmente recorre calles rurales y urbanas es la personificación de una rica simbología relacionada con el fuego y la celebración del solsticio de invierno. En algunos valles tomaba la figura de un muñeco que se colocaba visible adosado al exterior de la chimenea sobre el tejado. En ocasiones se le atribuía el papel justiciero de castigar con la hoz a quienes no habían respetado el ayuno legal que debía preceder a la fiesta. Por otro lado, la figura de carbonero de cara tiznada de carbón, que ahora se le atribuye, así como el apéndice folclórico de fumador de pipa, son otros tantos recuerdos del pasado, asociado al solsticio de invierno y al ritual del fuego que inicialmente representaba.
Aparecía también en forma de voluminoso monigote de paja -zanpantzar- que las letrillas populares le tildaban de glotón aficionado al vino, y era quemado en un cruce de caminos o sobre el puente más próximo al poblado, según distintas versiones. No es difícil entrever en ello la quema del momo, que no es otro que el año viejo, en función de rito purificatorio en la frontera del tiempo. Por eso se decía por esas fechas, que llegaba el hombre que tenía tantos ojos como días tiene el año, duende que fascinaba a los niños. Otros le atribuían tantas narices como las hojas del calendario.
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