martes, 16 de abril de 2013

El sueño profético



Vivía en cierto tiempo un comerciante que tenía dos hijos: Dimitri e Iván. Una vez les dio los buenos noches y los mandó a dormir diciendo:
- Hijos, mañana me diréis lo que hayáis soñado, y el que me oculte su sueño no espere nada bueno.
Al día siguiente, el hijo mayor fue a ver a su padre y le dijo:
- He soñado, padre, que mi hermano Iván subía al cielo arrebatado por veinte águilas.
- Está bien -contestó el padre,- y, tú, Iván, ¿qué has soñado?
- Una cosa tan insensata, padre, que es imposible explicarla.
- ¿Qué quieres decir? ¡Habla!
- No, no quiero hablar.
El padre se indignó y resolvió castigar a su hijo por desobediente. Llamó a los criados y les ordenó que se llevasen a Iván, lo desnudasen y atasen a un poste en la encrucijada. Dicho y hecho. Los criados cogieron a Iván y se lo llevaron muy lejos, a un lugar donde se cruzaban siete caminos, lo ataron de pies y manos al poste y lo abandonaron a su suerte. El pobre muchacho lo pasó muy mal. El sol lo achicharraba, los mosquitos y las moscas le chupaban la sangre, el hambre y la sed lo atormentaban.
Afortunadamente, acertó a pasar por uno de los siete caminos un joven Zarevitz que, al ver al hijo del comerciante, se compadeció, y ordenó a sus criados que lo desatasen, le dio uno de sus vestidos y lo salvó de una muerte segura. El Zarevitz se llevó a Iván a la corte, le dio de comer y de beber y le preguntó quién lo había atado al poste.
- Mi mismo padre, que estaba enojado conmigo.
- ¿Y por qué? Sin duda no sería leve tu falta.
- Es cierto. No quise obedecerle. Me negué a contarle lo que había soñado.
- ¿Y por una cosa tan insignificante te condenó a una muerte tan cruel? ¡El muy bandido! Seguramente ha perdido el juicio. ¿Y qué soñaste?
- Soñé algo que no puedo decirte ni aun a ti, ¡oh, Zarevitz!
- ¡Cómo! ¿Que no puedes decírmelo a mí, que soy el Zarevitz? ¿A mí, que te salvé de una muerte cruel no puedes decirme una cosa tan sencilla, ni en prueba de agradecimiento? ¡Habla enseguida si no quieres que te ocurra algo que te hará arrepentir!
- No, Zarevitz. Mantengo mi palabra. Lo que no dije a mi padre no te lo diré a ti.
Arrebatado de ira, el Zarevitz se puso a gritar llamando a sus criados y les ordenó:
- ¡Cogedme a este villano, cargadlo de cadenas y encerradlo en la más negra mazmorra!
Los criados no lo pensaron dos veces. Cogieron a Iván, lo encadenaron de pies y manos y lo llevaron al calabozo.
Pasado algún tiempo, el Zarevitz determinó casarse con la tres veces sabia Elena, la primera doncella en belleza y talento sobre la tierra, y hechos los preparativos, emprendió el viaje al extranjero para casarse con la tres veces sabia Elena. Y sucedió que la víspera de su marcha, su hermana la Zarevna, se paseaba por el jardín no lejos del tragaluz que dejaba pasar un poco de claridad a la mazmorra donde estaba encerrado Iván, el cual vio a la Zarevna a través de los barrotes y lo gritó con voz lastimera,
- Madrecita Zarevna, tu hermano no podrá casarse sin mi ayuda.
- ¿Quién eres tú? -inquirió la Zarevna. Iván dio su nombre y añadió:
- Supongo, Zarevna, que estás enterada de los ardides y engaños que usa la tres veces sabia Elena. Muchas veces he oído decir que manda a sus pretendientes al otro mundo; ¡créeme cuando te digo que tampoco tu hermano podrá casarse con ella sin mi ayuda!
- ¿Y tú puedes ayudar al Zarevitz?
- No sólo puedo sino que estoy dispuesto a hacerlo con mucho gusto, pero el halcón que tiene las alas atadas no puede volar.
La Zarevna mandó que lo desatasen y lo pusieran en libertad, y le dio autorización para hacer lo que quisiera mientras fuese en ayuda del Zarevitz. Lo primero que hizo Iván fue elegir sus compañeros: todos habían de ser jóvenes y todos tan parecidos entre sí que se les pudiera tomar por hermanos gemelos. A todos les dio un vestido idéntico, hizo que se arreglasen la barba y se peinasen de la misma manera; les dio a cada uno un caballo del mismo color y que no se diferenciaban entre sí ni en un pelo, montaron y emprendieron la marcha. Doce eran los compañeros de Iván, el hijo del comerciante. Cabalgaron un día y otro día y otro, hasta que llegaron a un bosque e Iván les dijo:
- ¡Alto, hermanos! Estamos cerca de un precipicio, y al borde, del abismo hay un árbol hueco sin ramas. He de ir a buscar mi fortuna al hueco de ese tronco.
Se adelantó, pues, en busca del árbol, metió la mano en el hueco del tronco y sacó un gorro que tenía la virtud de hacer invisible al que lo llevaba. Lo guardó en su seno y, volvió al lado de sus compañeros.
Y llegaron por fin al reino de la tres veces sabia Elena, se dirigieron a la ciudad y allí encontraron al Zarevitz a quien rogaron:
- Tómanos a tu servicio, Zarevitz, y te serviremos como un solo hombre
El Zarevitz reflexionó un momento y se dijo: "Sería tonto no tomar a mi servicio a tan gallardos jóvenes. En tierra extraña, pueden serme de gran utilidad". Y a cada uno de ellos asignó un cargo: a uno lo nombró su escudero, a otro su cocinero, y ordenó a Iván que nunca se alejase de su lado.
Al día siguiente, se vistió el Zarevitz en traje de ceremonia y fue a pretender la mano de la tres veces sabia Elena. Ella le dispensó una cortés acogida, lo obsequió con exquisitos manjares, y luego le dijo:
- No me disgusto ser tu mujer, pero antes es preciso que demuestres tus méritos. Si cumples mis encargos, seré tu fiel esposa; pero si no los cumples, tu altiva cabeza caerá de tus hombros,
- ¿Por qué asustarse antes de tiempo? ¡Dime lo que he de hacer, tres veces sabia Elena!
- He aquí mi primer encargo: He de tener acabado para mañana lo que no te diré y para lo que yo no sé; dame una prueba de tu inteligencia trayéndome su parigual.
El Zarevitz salió del palacio cabizbajo. Pero Iván le salió al encuentro y le dijo:
- Confiésame la causa de tu pena, Zarevitz, y saldrás ganando.
- Pues, mira -dijo el Zarevitz,- que Elena me ha encargado algo que no hay hombre, por sabio que sea, que lo pueda cumplir. -Y le contó lo sucedido.
- ¡Después de todo -le contestó Iván,- no es una cosa tan difícil! Reza y échate a dormir, que la almohada es buena consejera y mañana resolveremos el asunto.
El Zarevitz se echó a dormir, pero Iván, el hijo del comerciante, se puso el gorro invisible, se dirigió corriendo al palacio y atravesando salas y más salas llegó al dormitorio de la tres veces sabia Elena a tiempo para oír las órdenes que ella daba a su doncella de confianza.
- Lleva este tejido de oro a mi zapatero que me haga un par de zapatos lo antes posible.
La doncella salió corriendo con todas sus fuerzas, y tras ella salió Iván. El zapatero puso enseguida manos a la obra y trabajaba tan aprisa, que parecía que el trabajo le quemase los dedos. Machacaba la suela con su martillo y cosía la tela con su lezna, y en poco tiempo quedó listo un zapato que dejó en la ventana. Iván, el hijo del comerciante, cogió el zapatito y se lo escondió en el seno. El zapatero estaba consternado: ¿Qué significaba aquello? El zapato había desaparecido ante sus ojos. Lo buscó en vano por todos los rincones,
- ¿Qué misterio es éste? -pensó.- ¿Es posible que el espíritu maligno quiera tomarme el pelo?
Viendo que nada podía remediar lamentándose, volvió a sentarse al trabajo y acabó el otro zapato, que mandó por la criada a la tres veces sabia Elena. Pero Iván corrió tras la criada, se introdujo invisiblemente en el palacio, se puso detrás de la sapientísima Elena y vio que ésta se sentaba a la mesa y empezaba a recamar el zapatito con realces de oro, incrustándole perlas y piedras preciosas. Iván, el hijo del comerciante, sacó el otro zapato y se puso a hacer lo mismo, poniendo una perla cuando ella ponía una perla y cogiendo una gema igual a la que ella cogía. La tres veces sabia Elena acabó la labor y contempló su obra con honda admiración, sonriendo al pensar: "¡Ya veremos qué me presentará mañana el Zarevitz!"
Iván, el hijo del comerciante, despertó al Zarevitz muy temprano y sacando de su seno el zapato, le dijo mientras se lo entregaba:
- Cuando te presentes a tu dama, ofrécele este zapatito y tendrás realizada tu primera prueba.
El Zarevitz se bañó, se atavió y fue a ver a su dama. Encontró sus habitaciones llenas de boyardos y magnates, y todos sus consejeros que estaban ya reunidos sin que faltase ni uno. Sonó la música, se abrieron las puertas de las habitaciones interiores y apareció la tres veces sabia Elena, avanzando como un cisne blanco, repartiendo saludos a todos lados y dedicando la más profunda inclinación al Zarevitz. Luego sacó de su bolso el zapatito recamado de perlas y piedras preciosas y miró al Zarevitz con una sonrisa burlona, y todos los boyardos, los magnates y los consejeros del palacio fijaron su vista en el mismo Zarevitz. Y éste dijo a la tres veces sabia Elena:
- Tu zapatito es muy bonito, pero de nada te sirve si no tienes su parigual. Pues bien, aquí tienes, el otro que es exacto.
Y sacando del bolsillo el zapato lo puso al lado del otro. Todo el palacio prorrumpió en una exclamación admirativa, y los boyardos, magnates y consejeros gritaron a una voz:
- ¡Tú eres digno, Zarevitz, de casarte con la tres veces sabia Elena!
- No tan pronto, por favor -dijo la Zarevna;- veamos si sale bien de la segunda prueba. Te esperaré mañana aquí mismo, Zarevitz, y hazte cargo de lo que voy a mandarte: Yo tendré algo inexplicable envuelto en plumas y piedras; trae también algo semejante desconocido, envuelto en plumas y piedras.


 El Zarevitz salió del palacio más triste que la vez primera, pensando: "Poco tiempo le queda a mi cabeza de estar sobre mis hombros". Y de nuevo lo encontró Iván, el hijo del comerciante, y lo consoló con una sonrisa amistosa y diciendo:
- ¡Vamos, Zarevitz! ¿Por qué estar triste? Reza y échate a dormir, que la almohada es buena consejera.
Y apenas el Zarevitz se fue a dormir, Iván se puso el gorro invisible y llegó al palacio en el momento en que la Zarevna daba esta orden a su criada:
- Ve al gallinero y tráeme un pato.
La criada fue corriendo al gallinero y cogió un pato, pero Iván que le iba detrás, cogió un ánade y se lo guardó en el seno, volviéndose los dos por el mismo camino. Las tres veces sabia Elena se sentó de nuevo a la mesa, cogió el pato, adornó sus alas con cintas y su cola con amatistas, y le puso un collarín de perlas. Iván lo vio todo e hizo lo mismo con su ánade.
Al día siguiente, el Zarevitz fue al palacio, donde ya estaban reunidos todos los boyardos y magnates. Sonó la música, se abrieron las puertas y apareció la tres veces sabia Elena, magnífica como un pavo real. Detrás de ella venían las damas de honor con una bandeja de oro y todos vieron que bajo el blanco paño que cubría la bandeja se movía algo. Lentamente, la Zarevna levantó el paño, cogió el pato y dijo al Zarevitz:
- Y bien, ¿descifraste mi acertijo?
- ¿Cómo no descifrarlo? -contestó el Zarevitz.- ¿Puede haber algo más sencillo que ésto?
Y metiendo la mano en su sombrero, sacó su ataviado ánade,
Todos prorrumpieron en una exclamación admirativa, gritando a una voz:
- ¡Magnífico, Zarevitz! ¡Eres realmente digno de tener por mujer a la tres veces sabia Elena!
Pero ella frunció la cejas y dijo:
- ¡Un poco de paciencia! Que realice la tercera prueba. Si tan listo es, que me traiga tres cabellos de la cabeza y tres pelos de la barba de mi abuelo, el rey del Mar, y entonces estaré dispuesta a casarme con él.
El Zarevitz regresó a casa mucho más triste que nunca, sin querer mirar ni escuchar a nadie.
- ¿Por qué apurarse, Zarevitz? -le murmuró al oído Iván, el hijo del comerciante.- Todo se arreglará.
Y en un momento se plantó en el palacio con el gorra invisible, viendo que la tres veces sabia Elena se preparaba para emprender un viaje en su carroza hacia el mar azul. Nuestro Iván ocupó un puesto en la carroza de manera invisible y los fogosos caballos del Zar los llevaron en un santiamén a la orilla del mar.
Allí, la tres veces sabia Elena se sentó en una piedra que había bajo una roca y, vuelta de cara al mar azul, empezó a llamar a voces a su abuelo, el rey del Mar. El mar azul se agitó como en una tempestad, a pesar de la calma que reinaba, se levantaron montañas de espuma que se acercaron a la orilla y de entre ellas emergió, con agua hasta la cintura, el viejo abuelo. En su cabeza, manojos y manojos de rizos blancos brillaban como plata al sol, chorreándole los mechones que caían sobre sus sienes; pero cubría su rostro una barba espesa de hebras de oro como algas. Venía montado sobre una ola que lo dejó en la orilla cubriéndole el cuerpo hasta la cintura, apoyó en una piedra sus manos, que parecían patas de ganso, puso sus verdes ojos en los de la tres veces sabia Elena y gritó:
- ¡Hola, nieta de mis suspiros! ¡Cuánto tiempo sin verte! Anda, haz el favor de peinarme.
Y descansando su revuelta cabeza en las rodillas de su nieta, cerró los ojos en un dulce sueño. La tres veces sabia Elena empezó a jugar con sus cabellos alisándolos, para enroscárselos luego como caracoles con sus finos dedos, mientras murmuraba palabras al oído del viejo, deseándole sueños agradables, y cuando vio que su abuelo, estaba dormido, le arrancó tres hebras de plata de la cabeza. Pero Iván alargó la mano sin ser visto y le arrancó un mechón.
El abuelo se despertó, y mirando a su nieta, dijo en tono soñoliento:
- ¿Te has vuelto loca? ¡Me has hecho un daño horrible!.
- ¡Perdón, abuelito -replicó la tres veces sabia Elena.- Pero hacía tanto tiempo que no te peinaba, que estás muy desgreñado!
Pero el abuelo no oyó las últimas palabras, porque ya roncaba, y entonces la Zarevna le arrancó tres pelos de la barba. Iván, el hijo del comerciante, no quiso ser menos y tirando con fuerza le arrancó un manojo. El viejo del mar se despertó, bramó como un buey y se sumergió en el agua no dejando en la superficie más que espumas.
Al día siguiente, la Zarevna entró en el palacio pensando: "¡Ahora sí que el Zarevitz no se escapa de mis manos!" Y enseñó al Zarevitz los tres cabellos de plata y los tres pelos de oro.
- ¿Y qué? ¿Ha logrado el Zarevitz proporcionarme algo tan maravilloso como ésto?
- ¡La Zarevna me parece que exagera el mérito! Manojos de esas fruslerías te dará si quieres.
Y todo el palacio prorrumpió en gritos de admiración cuando el Zarevitz mostró los cabellos del abuelo. La tres veces sabia Elena se indignó, corrió a su aposento y consultando sus libros de magia descubrió que no era el Zarevitz el adivino y sabio, sino su criado favorito Iván, el hijo del comerciante. Volvió, pues, a la sala de recepción y dijo en tono de suave y falsa persuasión:
- No has adivinado mis acertijos ni has cumplido mis encargos por ti solo, Zarevitz, sino con la ayuda de tu criado favorito Iván. Me gustaría conocer a ese joven bondadoso. Tráemelo enseguida.
- No tengo un criado sino doce, Zarevna.
- ¡Pues traedme al llamado Iván!
- Todos se llaman Iván.
- Pues que vengan todos -ordenó ella, porque pensaba: "Ya descubriré yo al culpable".
El Zarevitz mandó a llamar a sus criados y los doce jóvenes comparecieron en la corte. Todos tenían el mismo aspecto y la mismo estatura; sus voces eran iguales y entre ellos no había ni un pelo de diferencia.
- ¿Cuál de vosotros es el principal?
Todos gritaron a un tiempo:
- ¡Yo soy el principal, yo soy el principal!
"Bueno -pensó Elena- veo que no os puedo coger con esto; pero ya daré en el clavo".
Mandó que le trajeron once copas ordinarias y una de oro puro. Ella misma las llenó de vino y se las ofreció a los jóvenes invitándoles a beber. Pero ninguno quiso ni mirar a las copas ordinarias y todos alargaron la mano para coger la de oro, armando tal algarabía, que nadie se entendió y todo el vino se derramó por el suelo. La Zarevna comprendió que le había fallado la treta e invitó a los criados del Zarevitz a pasar la noche en palacio. Los trató a cuerpo de rey y les preparó lechos muy blandos, y cuando los doce jóvenes dormían como troncos, la tres veces sabia Elena se introdujo en el dormitorio que les había destinado y examinando su libro de magia descubrió al momento cuál de ellos era Iván, el hijo del comerciante. Entonces cogió sus tijeras y cortó unos rizos de la sien izquierda del indicado, pensando para sí: "Con esta señal te conoceré mañana y te castigaré".
Pero al día siguiente, Iván, el hijo del comerciante, se despertó antes que nadie y al posarse la mano por la cabeza notó que le habían cortado el pelo. Inmediatamente saltó de la cama y despertó a todos sus compañeros:
- ¡Pronto, hermanos, coged vuestras navajas y cortaos los rizos!
Al cabo de una hora los llamaron a presencia de la tres veces sabia Elena, que al ver que todos los jóvenes tenían los rizos cortados de la mismo manera, se enfureció, tiró al fuego el libro de magia y llamó al Zarevitz para decirle:
- ¡Seré tu mujer, ya puedes preparar la boda!
El Zarevitz llamó a sus fieles criados y dijo a Iván:
- Corre a ver a mi hermana y dile que lo tengo preparado todo para la boda.
Iván fue a ver a la Zarevna, le dio noticias de su hermano y le comunicó su encargo.
- Gracias, buen joven, por tus servicios -dijo la hermana del Zarevitz a Iván.- Dime cómo he de recompensarte dignamente.
- ¿Cómo me has de recompensar? No puedes darme mejor recompensa que encerrarme otra vez en el calabozo.
Y aunque la Zarevna no se dejaba convencer, él insistió en lo mismo.
Llegaron los novios con los boyardos y los magnates y todos los invitados salieron a recibir a lo pareja, deseándoles toda clase de felicidades y ofreciéndoles el pan y la sal de rigor, y eran tantos los reunidos, que se hubiera podido andar sobre sus cabezas.
- ¿Pero dónde está mi fiel servidor Iván, que no lo veo por ninguna parte? -preguntó el Zarevitz.
Y la Zarevna, su hermana, le contestó.
- Tú mismo lo mandaste al calabozo a causa de cierto sueño.
- ¡Pero no puede ser el mismo!
- El mismo es. Só1o lo dejé en libertad para que te ayudase.
El Zarevitz ordenó que llevasen a Iván a su presencia, se le echó al cuello derramando lágrimas y le suplicó que no te guardase rencor.
- ¿Pero no sabes, Zarevitz, que no podía contarte mi sueño porque en él vi por anticipado todo lo que acaba de pasarte? Juzga por ti mismo y dime si no me hubieras tomado por loco, si llego a contártelo todo.
Y el Zarevitz premió a Iván y lo nombró el más grande de su reino. Iván escribió a su padre y a su hermano y desde entonces todos vivieron juntos en buena armonía y en completa felicidad.



FIN

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