domingo, 14 de abril de 2013

LA JUVENTUD A TRAVES DE LOS AÑOS

El médico inglés Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflictos generacionales, citando cuatro frases:
1). 'Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos'.
2). 'Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.'
3). 'Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos'
4). 'Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura'.
Después de estas cuatro citas, quedó muy satisfecho con la aprobación, que los asistentes a la conferencia, daban a cada una de las frases dichas.
Entonces reveló el origen de las frases mencionadas: La primera es de Sócrates (470- 399 a. C.), la segunda es de Hesíodo (720 a. C.), la tercera es de un sacerdote del año 2000 a. C., la cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (Actual Bagdad) y con más de 4000 años de existencia.
Con esto quiero partir de la idea de que desde siempre, las sociedades en el mundo han tenido conflictos generacionales y han considerado que su población juvenil es nefasta y problemática así como también se ha pensado que el  mundo tiene poca o ninguna esperanza de mejorar cuando las riendas de la sociedad queden en manos de semejantes locos, irrespetuosos, salvajes sin valores.
Hoy, estamos muy angustiados y preocupados por  los jóvenes mexicanos.  Por los “ninis” y por los delincuentes juveniles que asaltan a mano armada y matan a sangre fría, por los niños-sicarios, las teiboleritas y niñas prostitutas, los drogadictos y los narquitos  en fin, por todas esas diversas expresiones de la desorientación y descomposición social de los chicos y chicas de este país, que en número alarmante han caído en la deserción escolar, en la mal vivencia,  en las adicciones, en la delincuencia,  en el homicidio, etc.
Hoy se habla una vez más, de reducir la edad penal o de endurecer las medidas correctivas para los jóvenes delincuentes bajo la premisa de que “si cometen crímenes de adultos, que se les castigue como adultos”. Otros opinan que los padres de estos menores deben ser sancionados también y recibir el castigo correspondiente por ser responsables del menor en cuestión, algo así como lo que sucede cuando un perro causa un destrozo y es el dueño del perro el que debe asumir la responsabilidad civil y pagar por los daños que su mascota ocasionó.
Es cierto que lo que ahora vemos nos horroriza, y se escuchan voces expertas que señalan con vigorosa certeza aquello que anda mal. En fin, todos tenemos ideas, propuestas, pero realmente no parece que las acciones estén siendo suficientes o que estén dando resultados.  Sabemos que una sociedad, mientras más corrupta y más compleja, peores expresiones de conducta juvenil tendrá, porque en el esquema social se ha perdido la autoridad moral. Pero en lo que realmente hemos fallado hoy y siempre es en amar. Si hacemos memoria (y todos fuimos jóvenes alguna vez) recordaremos que en la juventud, necesitamos ser aceptados, reconocidos, queridos, necesitamos sentir pertenencia, respeto, necesitamos encontrar “nuestro lugar” en el mundo.
Si bien es cierto que la mera rebeldía de antaño dista mucho de asemejarse a los niveles de maldad que ahora vemos, el hecho de reducir la edad penal o de endurecer las sanciones para los menores es tanto como castigar a un niño por andar descalzo cuando nunca le hemos dado un par de zapatos.
La solución no solo debe ser correctiva o punitiva, sino que debe empezar por ser efectivamente formativa y preventiva. La problemática juvenil es el resultado de una sola causa, nuestra deficiente capacidad de amar.

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