Cuando el niño Jesús nació en Belén, el mundo se llenó de alegría y a Belén llegaban gentes de todas partes para ofrecer regalos al niño.
Cerca del pesebre donde el niño descansaba, se dice que había tres árboles: una palmera, un olivo y un pino. Al ver tanta gente que iba y venía con ofrendas, ellos también sintieron deseos de ofrecer algo al Niño Jesús.
Yo, dijo la palmera, voy a romper una de mis ramas, la colocaré cerca de la cuna y, cuando el Niño tenga calor, suave y dulcemente, lo abanicaré sin despertarlo. No puedo hacer otra cosa, porque es muy pequeño para comer dátiles. Eso se lo daré cuando sea un poco mayor.
Pues yo, dijo el olivo, pienso hacerle aceite con mis olivas y dárselo a su madre, la Virgen, para que haga comida.
El pino estaba triste. No sabía que ofrecer. Además la palmera y el olivo le repetían una y otra vez: - No!!! No!!! No le des al Niño tus hojas… que parecen agujas, con ellas pincharías al Niño... Tú, no tienes nada que regalarle...
Y la pena que sentía el pino iba creciendo, cada vez era mayor. Pero un ángel que contemplaba la escena se compadeció y decidió ayudarle.
- No estés triste, le dijo. Yo te ayudaré. Pediré a las estrellas que bajen del cielo, se posen en tus ramas y con su luz… Ya verás, ¡podrás iluminar al Niño y servirás de guía a todos los caminantes cara la cueva!
Así lo hizo y al poco tiempo el pino se llenó de luces de colores porque muchas estrellas bajaron a sus ramas. Hasta el Niño Jesús, desde su cuna, se fijó en el pino y le brillaban los ojitos al contemplar lo bonito que estaba y cómo brillaba.
Desde entonces, el pino es un elemento de adorno en todos los hogares del mundo en la época de la Navidad, como recuerdo de aquel pino que un día brilló ante la cuna del Niño Jesús.
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