Basajaun o Anxo es el señor del bosque, que vive en cavernas abiertas en lo más intricado del bosque.
Genio de apariencia humana, revestido de larga pelambrera y poseedor de fuerzas prodigiosas. Cuando las ovejas hacen sonar al unísono sus cencerros, anunciando la cercana presencia de Anxo, los pastores pueden echarse a dormir tranquilos, pues no hay peligro alguno que les aceche.
El folclore vasco atribuye al Basajaun la responsabilidad de transmitir a los humanos los secretos de la agricultura, el trabajo en hierro y la construcción de determinados utensilios, como la sierra y el molino. El mítico ser pertenecería, por tanto, a una raza casi extinguida, de categoría algo superior a la humana y dotada de ciertos poderes sobre las fuerzas de la naturaleza, lo que le conferiría un carácter de semidios. Algunas tradiciones orales también se refieren a la Basandere, compañera femenina del Basajaun y de similar aspecto y comportamiento.
"En efecto, los basajaun cultivaban el trigo en la montaña de Muskia, sita en Atáun. Un hombre valeroso -San Martinico-, amigo de ellos, fue a visitarlos en su caverna. Llevaba calzado muy ancho con toda intención. Como viese allí montones de trigo apilado, apostó con los basajaunes a ver quién los atravesaba mejor, de un salto, sin tocar ningún grano del cereal. Los basajaunes los atravesaron fácilmente; pero San Martinico cayó en el centro de un montón, donde sus albarcas se llenaron de trigo.
Luego se despidió de los "señores salvajes" y se dirigió hacia el valle. Pronto los basajaun se dieron cuenta de que San Martinico llevaba granos de trigo en su calzado y lanzaron contra él un hacha, su arma arrojadiza. Esta se metió en el tronco de un castaño del término Mekolalde sito en San Gregorio (Atáun), distante un kilómetro de la cueva de Muskia, y no alcanzó a San Martinico que ya se había alejado algo más.
Ya tenían, pues, los hombres semilla de trigo; pero no sabían cuándo sembrarla. Acercándose un día San Martinico a la cueva de los basajaunes, oyó cómo uno de éstos cantaba:
"Si los hombres supieran esta canción, bien se aprovecharían de ella:
al brotar la hoja, siémbrese el maíz;
al caer la hoja, siémbrese el trigo;
por San Lorenzo, siémbrese el nabo".
En consecuencia, San Martiniko sembró su semilla de trigo en otoño y obtuvo en verano la primera cosecha de este cereal, cuyo cultivo y el uso del pan se extendieron luego por el mundo.
Gracias también a un ardid, consiguió San Martinico arrancar al basajaun el secreto de la fabricación de la sierra, según relatos de la región de Oyarzun.
El basajaun fabricaba sierras en su taller; no así San Martinico, que carecía de un modelo para ello. Deseando éste conocer el secreto, envió a su criado a anunciar en el pueblo que San Martinico había fabricado la sierra. Al oír esto el basajaun, le preguntó: ¿es que tu amo ha visto la hoja del castaño?
- No la ha visto, pero la verá contestó el criado, que luego refirió a San Martiniko lo sucedido. San Martiniko vio la hoja dentada del castaño y labró, a su estilo, una lámina de hierro.
De noche fue el basajaun a la herrería de San Martiniko para comprobar si éste había fabricado alguna sierra. Al encontrar allí una, le torció alternativamente a uno y otro lado los dientes, queriendo así inutilizarla. Pero con ello mejoró la herramienta: ahora estaba triscada y no se agarrotaba como le ocurría antes y les ocurría a las del basajaun. Desde entonces se propagó el uso de la sierra por el mundo.
Con igual treta logró San Martiniko averiguar cómo el basajaun hacía la soldadura de dos piezas de hierro. Esto ocurría en Cortézubi. Para saberlo mandó anunciar en la región que él había descubierto el procedimiento para soldar el hierro con el acero. Entonces el basajaun preguntó al anunciante: "¿es que San Martiniko asperjó con agua arcillosa ambas piezas?" - No lo hizo, pero ya lo hará" - contestó el pregonero. Y así, utilizando como fundente la arcilla con agua, San Martiniko logró la soldadura del hierro, técnica que luego se propagó por los pueblos.
En la región de Sara cuentan que el eje del molino de San Martiniko era de roble y se quemaba pronto inutilizándose para el trabajo. En cambio, el del molino del basajaun duraba mucho. San Martiniko mandó anunciar que su molino funcionaba ya sin desmayo. "Eso quiere decir que le ha puesto eje de aliso" comentó el basajaun. - "Se lo pondrá" - contestó el pregonero. Desde entonces, gracias al ardid de San Martiniko, los hombres pudieron empezar a beneficiarse de los molinos en todo el mundo."
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