lunes, 28 de octubre de 2019

HANSEL Y GRETEL

 

Hansel y Gretel vivían con su padre, un pobre leñador, y su cruel
madrastra, muy cerca de un espeso bosque. Vivían con muchísima
escasez, y como ya no les alcanzaba para poder comer los cuatro,
deberían plantearse el problema y tratar de darle una buena solución.
Una noche, creyendo que los niños estaban dormidos, la cruel
madrastra dijo al leñador:
-No hay bastante comida para todos: mañana llevaremos a los niños a
la parte más espesa del bosque y los dejaremos allí. Ellos no podrán
encontrar el camino a casa y así nos desprenderemos de esa carga.

Al principio, el padre se opuso rotundamente a tener en cuenta la cruel
idea de la malvada mujer.

¿Cómo vamos a abandonar a mis hijos a su suerte, quizás
sean atacados por los animales del bosque? -gritó enojado.

-De cualquier manera, así moriremos todos de hambre -dijo la
madrastra y no descansó hasta convencer al débil hombre, de llevar
adelante el malévolo plan que se había trazado.

Mientras tanto los niños, que en realidad no estaban dormidos,
escucharon toda la conversación. Gretel lloraba amargamente, pero
Hansel la consolaba.
 

-No llores, querida hermanita-decía él-, yo tengo una idea para
encontrar el camino de regreso a casa.
 
A la mañana siguiente, cuando salieron para el bosque, la madrastra
les dio a cada uno de los niños un pedazo de pan.
 

-No deben comer este pan antes del almuerzo 
-les dijo-. Eso es todo lo
que tendrán para el día.


El dominado y débil padre y la madrastra los acompañaron a
adentrarse en el bosque. Cuando penetraron en la espesura, los niños
se quedaron atrás, y Hansel, haciendo migas de su pan, las fue
dejando caer con disimulo para tener señales que les permitieran
luego regresar a casa.

Los padres los llevaron muy adentro del bosque y les dijeron:
-Quédense aquí hasta que vengamos a buscarlos.


Hansel y Gretel hicieron lo que sus padres habían ordenado, pues
creyeron que cambiarían de opinión y volverían por ellos. Pero cuando
se acercaba la noche y los niños vieron que sus padres no aparecían,
trataron de encontrar el camino de regreso. Pero desgraciadamente, los
pájaros se habían comido las migas que marcaban el camino. Anduvieron 
toda la noche por el bosque con mucho temor observando las
miradas, y el brillo de los ojos de las fieras, y a cada paso se
perdían más y más en aquella espesura.
 
Al amanecer, casi muertos de miedo y de hambre, los niños vieron un
pájaro blanco que volaba frente a ellos y que para animarlos a seguir
adelante les aleteaba en señal amistosa. Siguiendo el vuelo de aquel
pájaro encontraron una casita construida toda de panes, dulces,
bombones y otras confituras muy sabrosas.

  



  

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