viernes, 28 de agosto de 2015

LA ANCIANA Y SUS SEMILLAS



Un hombre cogía cada día el autobús para ir al trabajo. Una 
parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al 
lado de la ventana. La anciana abría una bolsa y durante 
todo el trayecto, iba tirando algo por la ventana. Siempre 
hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le preguntó 
qué era lo que tiraba por la ventana.

- ¡Son semillas! - le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?

- De flores, es que miro afuera y está todo vacío... 
Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el 
camino. 

¿Verdad que sería bonito?.

 - Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los 
coches, se las comen los pájaros... ¿Cree que sus semillas 
germinarán al lado del camino?
- Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, algunas 
acabarán en la cuneta y, con el tiempo, brotarán.
- Pero... Tardarán en crecer, necesitan agua...

- Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su trabajo...
Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que 
la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después... yendo al trabajo, el hombre, al mirar 
por la ventana, vio todo el camino lleno de flores... ¡Todo lo 
que veía era un colorido y florido paisaje! Se acordó de la 
anciana, pero hacía días que no la había visto.  
Preguntó al conductor:

- ¿Qué hay de la anciana de las semillas?
- Pues, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
- "Las flores han brotado, se dijo, 
pero ¿de qué le ha servido su trabajo?. 
No ha podido ver su obra".
De repente, oyó la risa de una niña pequeña que señalaba 
entusiasmada las flores...
¡Mira papá! ¡Mira cuantas flores!

 ¿Verdad que no hace falta explicar mucho el sentido de esta 
historia?
La anciana de nuestra historia había hecho su trabajo y dejó 
su herencia a todos los que la pudieran recibir, a todos los que 
pudieran contemplarla y ser más felices.
Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa 
al trabajo con una bolsa de semillas.
Está reflexión está dedicada a todos aquellos maestros, 
educadores, profesionales de la enseñanza, que, hoy, más que 
nunca, no pueden ver cómo crecen las semillas plantadas, 
las esperanzas sembradas en el corazón, sobretodo, de los 
adolescentes que llenan sus clases.
Y como los padres son, o deberían ser, los grandes educadores, 
también está dedicada a ellos.

Porque... Educar es enseñar caminos. 


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